¿Adónde Vas?
El
tiempo vuela. Los días, las semanas, los meses y los años se deslizan
con una velocidad increíble, y se van antes que nosotros nos demos
cuenta. Tal parece como si ellos tan pronto han comenzado, ya se
acabaron; pasaron a la eternidad. Así, también, los sucesos del día
pronto preceden a una distancia pasada. Todo en este mundo es pasajero,
nada es estable y duradero. “Porque todos nuestros días declinan a
causa de tu ira; acabamos nuestros años como un pensamiento” (Salmo
90.9). Estando absorbidos cuidadosamente con las ocupaciones, labores y
esfuerzos de la vida, somos más o menos insensibles a la ligereza del
tiempo que pasa, del solemne hecho que la vida misma se nos va rápido,
y que el fin de nuestra peregrinación terrenal se aproxima veloz y
segura. Si nosotros fuéramos conscientes de que nuestro tiempo se
vuelve corto, sea que nos deshagamos del pensamiento o consideramos que
de alguna u otra manera todo estará bien al final.
Cuán importante es
que mantengamos en nuestra mente, que nuestra muerte esta siempre en el
horizonte, que nosotros estamos separados sólo por un latido del
corazón, y que cuando morimos, seremos introducidos a la eternidad de
la cual no hay regreso ni escape. Ya que la muerte es tan común, no
dedicamos suficiente pensamiento a esto. Parece que hemos desarrollado
un sentido de inmunidad para tal experiencia. Porque la muerte parece
ser tan vaga, irreal e improbable, fracasamos al considerarla
seriamente. Al contrario, vivimos como si estuviéramos muy seguros de
tener muchos años de vida, cuando la Palabra de Dios fielmente nos
advierte: “No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de
sí el día” (Proverbios 27.1).
Escuchamos y leemos del gran número de
muertos en guerras y en accidentes, de miles de los que se mueren de
hambre en el África y la India. Pero a esto no le dedicamos ningún
pensamiento; no significa mucho para nosotros ya que no estamos
personalmente envueltos. Un vecino de nuestra calle muere, o uno de
nuestros seres queridos fallece. Esto pueda ser que nos cause
detenernos a pensar por un momento, pero pronto se nos olvida y
continuamos nuestro camino día tras día. Muchos se preocupan por sus
cuerpos pero descuidan totalmente los intereses por sus almas
inmortales. Pero
“¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y
perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”
(Marcos 8.36-37). Muchos se dejan llevar sin propósito a través de la
vida sin ninguna preocupación en cuanto a lo que está delante de ellos,
aparentemente presuponen que de alguna u otra manera todo les saldrá
bien al final. Esto es lo que esperan; y ellos se dan el beneficio de
cualquier duda.
Muchos
no están conscientes de su condición perdida. Aunque ellos no se
consideran ser perfectos, todavía no están enterados de que hay algo
muy serio con ellos. Son respetables, ciudadanos obedientes a la ley, y
se consideran no ser peores que sus vecinos; y aunque apenas leen la
Biblia o entran a una iglesia, ellos esperan totalmente ir al cielo
cuando mueran. Algunos admitirán que son pecadores, pero piensan que
sus buenas obras sobrepasarán sus malas acciones. Algunos se imaginan
que todo estará muy bien con ellos porque se unieron a “la iglesia de
su elección,” fueron bautizados y toman parte de la Cena del Señor. Por
el contrario, la Palabra de Dios nos informa que somos salvos, “no por
obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” (Tito 3.5). Nuevamente
se nos dice que “ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19.17); que
“todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos
3.23), y que la ira de Dios está sobre tales (Juan 3.36). Esta es la
condición de cada pecador no salvo a la vista de Dios, sea él rey o
mendigo, alto o bajo, rico o pobre. Oh amigo mío. Pon atención a la
amonestación divina, “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado,
llamadle en tanto que está cercano, deje el impío su camino, y el
hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de
él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”
(Isaías 55.6-7). Mira por fe al Cristo exaltado mientras el tiempo y la
oportunidad son tuyas. “porque todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo” (Romanos 10.13). Tú tienes Su promesa, “Venid a mi
todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar”
(Mateo 11.28), y “al que a mi viene, no le hecho fuera” (Juan 6.37).
Cristo recibe a los pecadores- “porque
no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores al arrepentimiento” (Mateo 9.13). ¿Vendrás tú a El?
“He aquí ahora el día de salvación” (2Corintios 6.2). “Bienaventurados
todos los que en Él confían” (Salmo 2.12). – I.C. Herendeen