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No
es tan sorprendente que un aguilucho quiera volar. Este
aguilucho
realmente quería volar. Vivía con su madre y padre en la
última
rama del árbol más alto en Punta Claravista. Este tremendo
árbol
viejo casi tocaba las nubes al estirarse de la saliente
rocosa.
Dos imponentes peñascos escarpados, uno al frente del otro formaban un
cañón profundo llamado Muerte Segura.
Cada día el débil aguilucho miraba cómo su majestuosa madre extendía
sus largas alas por encima del cañón Muerte Segura. Bajando,
bajando, bajando en forma de espiral, pronto se veía como una pequeña
mota girando bien abajo. Allí, abajo en el rugiente río, ella
atrapaba los peces que el aguilucho comería con su madre en el nido
arriba.
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