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Sin
darse cuenta, ¡estaba de puntitas brincando alrededor del borde del
nido imaginándose volar por el aire! De pronto, ¡perdió el
equilibrio y casi se cae! Recuperando el equilibrio,
rápidamente
metió sus alas y sacudió su cabecita velluda.
Recordó esas
espantosas palabras de su padre, “El día que vueles, es el día que
mueres.”
Pero mientras miraba más allá del borde del nido, pensaba nuevamente qué sería poder planear sobre el aire. “¿Por qué es que quiero hacer lo que no debo hacer?” reflexionaba el aguilucho descansando su cabeza al filo del nido. “Quizá mi padre sólo está intentando hacerme la vida imposible.” De pronto se le metió una idea a la mente que nunca debió tener. |