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Claro,
podría intentar olvidarse de lo que pronto pasaría y gozarse del
paisaje espectacular de la montaña al bajar. Pero eso era
imposible. Por más que intentaba, sus espantosos pensamientos
no
le dejaban. “Moriré. Fue decisión mía,”
pensó. “Hice
lo que quise y recibiré lo que me prometió mi padre. No hay
gozo
en esta libertad mía, sólo hay pena y muerte. He desobedecido
y
estoy perdido para siempre. ¡Odio mi pecado! ¡Este
es el
día que vuelo y el día que muero!”
Ahora sabía que su única esperanza era que otro, fuera de sí, le ayude. Necesitaba un rescatador. Conocía solamente a uno que podría lograrlo. ¡Oh, cómo obedecería gozosamente si sólo su padre viniera para ayudarle ahora! |